domingo, noviembre 12, 2006

Para leer y releer: Jack London.



Cuentos del Mar y otras historias, por Jack London, quien nació en San Francisco, California, en 1876 y falleció el 24 de noviembre de 1916.
Todos los relatos de Jack London tienen una esencia vigorosa que, a través del ingenio, la anécdota, la descripción concisa, a veces una ironía dura, a veces un fatalismo implacable, contienen un impulso vital como las mismas fuerzas de la naturaleza y la sobrevivencia.
Corre a lo largo de los relatos una filosofía vital atractivamente vigorosa. Su estilo directo y efectivo, poco o nada retórico, presenta situaciones límite, aventuras dramáticas e intrigas bien estructuradas, y personajes sólidos tallados por sus creencias y contradicciones.

Mis cuentos favoritos son: El filón de oro (All Gold Canyon), Amor a la vida (Love of Life), El Burlado o Cara Perdida (Lost Face), La sombra y el relámpago (The Shadow and the Flash).

1 comentario:

Anónimo dijo...

Efectivamente, leía esa historieta en el viejo y legendario “El Tony” y veo ahora, por la fecha que das, casi coincidente con la del deceso de mi padre, octubre de 1954, que la mía fue una lectura “póstuma”.
La revista la compraba mi tío Lito y la guardaba con montañas de “Rayo Rojo”, otra revista legendaria…, apaisada, pequeñaja, en la trastienda del taller de modistas de mis tías sin ventilación y con escaparate a la calle Cuenca 3535 del barrio de Villa del Parque.
En ese entonces, cuando yo era pequeño, “El Tony” venía en diseño tabloide, con un friso en la primera hoja que traía, a modo de metopa dórica, las caras de algunos de los personajes cuyos avatares se servían dentro; entre ellas, la que más recuerdo es la de Kemo Sabay, el hermano sobreviviente de los rangers ultimados por los Cavendish, que por haber quedado desfigurado usaba un antifaz y se llamaba por aquellos años, en la traducción argentina, el Guardabosque Solitario y no el Llanero. Fue la primera vez que vi a un indio con cartuchera, detalle excéntrico de la indumentaria que me intrigó sobre manera, ya que en el cine habría que esperar, si se me permite aventurarme, a Carlitos Bronson en “Renegado vengador” (en España, “Chato el apache”) para que el inestable “statu quo” del indio con revólver fuera asimilado por un alma sana.
No sabía, por supuesto, que el dibujo era de Tufts, pero que el dibujante, sea el que fuere, le debía el trazo «institucional» a Alex Raymond es una pista inocultable. Hay que situarse convenientemente ante el concepto de ‘herencia’ en el ámbito del arte para que se nos vuelva inteligible que se trata de un sistema, que el sistema admite los planos descriptivos de un edificio ideal y que desde donde estamos se puede avizorar el verdadero núcleo. En “El Tony” aparecía asimismo el Tarzán del que se tiene por triunvirato de la tinta china: Raymond-Rex Maxon-Burne Hogarth. Pero..., me pregunto, ¿hasta dónde los dos últimos son fiables de independencia?, ¿creían estar libres del legado?, ¿o el entretejimiento de genios, la urdimbre, el cañizo, oculta a la percepción reflexiva la influencia?
Revelas un buen nivel de exigencia y saber de coleccionista. Como ha ocurrido con tantas pequeñas joyas adelantadas a su tiempo, y seguirá ocurriendo, esa galería de personajes tan cinematográfica y tan completa no está al abasto de sudores, estudio y fantasía.
Joaquín Murieta fue muy tratado y alterado en sus tres aproximaciones ortográficas y saca indirectas ventajas de ello, como Billy the Kid, Jesse James o Robin Hood. Neruda vino a quitárnoslo de encima como bandolero para hacerlo izquierdista. Se dice que una parte de él entró como ingrediente, está como sino en el clisé del Zorro..., lo habrás oído, representando el pH de la California española ante la creciente sensación de picor invasivo de la neurodermatitis norteamericana. Ojalá que el ingrediente no se haya desperdiciado en el de Banderas y todavía podamos hacer algo... Quien tiene, me parece, una parte de Murieta o por lo menos reflejos condicionados es el Jesús Raza de Jack Palance de “Los profesionales” que dirigió Richard Brooks en 1966. Haz memoria.
Roger Jolly es una inocente inversión del nombre que los bucaneros dieron al símbolo de su libertad sin ataduras y el botín que el Diablo ponía al alcance de sus manos: la calavera con las dos tibias en aspa. Llamaban a esa bandera que aún goza hoy día de buena salud simbólica “Jolly Roger”, ‘Rogelio el Jovial’.