sábado, septiembre 23, 2006

Los seres imaginarios. 2: La abubilla.


El tipo no tenía sueño esta noche, se quedó levantado haciendo sombras chinescas, mientras la música de Bach serpenteaba, se desenrollaba, ondulaba y se ramificaba en filigranas...
La habitación se había enfriado bastante, así que por la mañana apagó la linterna y se preparó café; luego, cómodo en su sillón, se adormeció. Entonces lo despertó algo imprevisto, algunos pasos, algún resplandor, alguna presencia.
Súbitamente, la sombra chinesca del carbonero entraba por la puerta, con un brazo alzado y sosteniendo un relámpago en su mano.
Receloso, el tipo se levantó con su barba erizada, y avizoró la silueta.
- ¿Qué pasa? ¿Qué es eso?
- Es una upupa. Traigo una upupa- anunció el carbonero, adelantando un poco su mano refulgente en la penumbra.
El tipo pensó instintivamente en una enfermedad medieval, una peste letal, alguna calamidad amenazante y primigenia.
- Es... ¿Es muy malo eso?- balbució.
- No. Para nada. ¡Si es sólo un pájaro! Una upupa- respondió el carbonero.
El tipo se sintió confuso, pero aliviado: el carbonero siempre tenía sus ideas claras.
- ¿Y qué clase de pájaro es ése?
- Honorable anciano, cualquiera sabe que upupa epops es el nombre científico de la abubilla- el carbonero se acercó un paso más.
- Ajá. Claro: una abubilla...- musitó el tipo, mirando al otro y su ave como si viera al mismísimo Capitán Silver y su loro.
- Son aves que no se ven por aquí; provienen del mar Mediterráneo: de las Islas Baleares, del sur de Iberia, del norte de Africa. El cambio de estación las hace emigrar...
- ¿Vienen de tan lejos?- el tipo no quitaba sus ojos asombrados de la abubilla; ahora divisaba las franjas blancas y negras en las alas y la cola.
- Podríamos suponer que sí. En realidad la encontré en un árbol del jardín; parecía perdida, desprotegida, como esperando algo.
El tipo se aproximó a una ventana cerrada. La sonrisa del carbonero lucía como un destello de luna. La abubilla, inquietada, desplegó su copete albinegro, infló su pecho color arcilla rojiza y cantó:
- ¡Up up up!
Asombrado, sonriendo, el tipo abrió la ventana y, luminosa, entró la primavera.

Para leer y releer.

Hay libros que duran sólo el tiempo de lectura, como fuegos artificiales, y luego se olvidan sin dejar más huella que el agrado de entretenernos; y está bien, ésa es su función y es bastante.
Hay libros que da tanto gusto leer que uno lamenta que se terminen, y éstos son los que incitan a buscar más obras del mismo autor.
Otros están tan repletos de ideas y sentimientos que siempre se vuelve a ellos: se los hojea, se lee una página o un par de frases, o un poema, o un capítulo; y producen una sensación reconfortante como una voz amistosa.
Y hay algunos que abren la puerta a otros mundos, que muestran de diferente manera todas las cosas, que son activadores de la imaginación.
A estos libros les dedicaremos este lugar.

viernes, septiembre 22, 2006

Recordando Historietas

Revisando venerables reliquias, encontré unas páginas de una historieta que siempre me divirtió, "¡Qué familia!", se llamaba. Tiene una sátira de costumbres exacerbada, pero presentada con simpatía (¿o empatía?). El dibujo es gracioso, dinámico y bien hecho.
Se publicaba, en nuestro país, en El Libro de la Historieta, que era un suplemento de la revista Pif Paf, alrededor de los años cincuenta.
Nunca supe el nombre de su autor, a quien supongo norteamericano. Todavía hoy me interesaría averiguarlo.
De muestra, aquí va una página (la mejor impresa de las que tengo).

domingo, septiembre 17, 2006

Los seres imaginarios. 1: El frío.


Este invierno, el tipo tenía un frío de novela. Se ponía un abrigo encima de otro -chalecos, pulóveres, bufandas, gabanes, gorras-, pero seguía teniendo frío. Parecía que las estufas no eran suficientemente cálidas.
-Noble anciano, debe usted conseguirse una salamandra- le dijo el carbonero, su amigo del alma y consejero vitalicio, quizá no con estas palabras exactamente. Pero era muy complicado ese asunto de la leña, el tiraje y todo lo demás; suspiró y dejó la idea de lado.
Una noche, encontró un antiguo dibujo: un caballero y un dragón. Le gustó; miró los colores, el trazo de la pluma, la composición, y de pronto... ¡Eureka! ¡El dragón!
-No es una salamandra lo que necesito. ¡Tengo un dragón!- exclamó maravillado.
Así que tomó el dragón del antiguo dibujo y le dio un vasito de oporto para estimular su energía.
El pequeño dragón se alzó en dos patas, abrió la boca, emitió un ruido dulzón ¡y lanzó una llamarada! Cálida, roja, anaranjada, fulgurante, amistosa. El tipo acercó sus manos, se las frotó, se quitó los guantes y sonrió.
Se sentó ante su mesa, tomó un lápiz y comenzó a dibujar. A su lado, el dragón sonreía llameante.